domingo, 7 de agosto de 2011

Él tenía que elegir

Él era un chico normal, el más normal de todos quizás. Su vida giraba en torno a lo cotidiano y al correcto prototipo que alguien alguna vez estableció como correcto. Sus días estaban dictados como si estuvieran escritos, sus años ya organizados. Su camino no se hacia al andar, mas bien él andaba por el camino.
Todo era tan satisfactoriamente natural y rutinario que daba escalofríos tan solo pensar que el despertador se quedaría sin pilas.
Nada fuera de lugar, todo simétrico y prolijo como su raya al medio. Era un orgullo, entre la familia, el colegio y los privilegiados dentro del grupo de abanderados. Era la esperanza de las decisiones, el futuro del apellido familiar, los ojos de mamá y la fuerza de papá. Pero al parecer, sin presiones...
Tan correcto y gentil, ubicado y con un autocontrol sorprendente para su edad. Nada de alcohol, nada de drogas. Oh por Dios. ¿Sexo? ¿Qué es eso? Nada de todo esto infectaba sus días, sus horas, sus sonrisas o su falta de sonrisas.
Creemos que solo le faltaba una pieza a este rompecabezas humano. Solo había un aspecto que a su madre la inquietaba. Más y más, cada vez más. Su hijo era un fanático, un extremo admirador de los arácnidos.
Para él, era tan natural como el olor a tostadas de las 7 am, nada de malo había en eso. Ni en las arañas, ni en su fanatismo hacia ellas. ¿Cómo podrían verlo como algo malo? Eran excelentes, adoraba el número ocho. Envidiaba sus ocho patas, ya que creía que ellas marcaban el paso a su andar tan fuerte como el veneno de la Sicarius española.
¡Y sus ocho ojos, qué maravilla! Él fantaseaba con que cada uno de ellos, tenía una visión del mundo diferente, única, y particular. De este modo, tenían ocho percepciones de cada mínimo detalle o del sentimiento más desgarrador. Aspiraba a algún día poder ver las cosas de ese modo, y así asignarle a cada ojo un aspecto específico del mundo. El día que necesite amor, vería con el ojo número tres, destinado a vislumbrar el cariño. El momento en el que tenga miedo, vería con el ojo de la cautela y de la percepción, y estaría más atento y preparado. Esperemos que no llegue el minuto exacto en el que quiera usar su ojo de la verdad, podría ser catastrófico. ¿No te parece?

Entonces... Se ha presentado un problema. El amor del hijo perfecto, tiene como destinatario el mismo que tiene la fobia de los padres divinamente estructurados.
En teoría, no debería resultar un problema, ya que si hacemos la vista gorda en el detalle de los arácnidos, él se presenta como un hijo ideal.
Pero sí lo fue, al menos así parece y así se presentó. Como un gran problema.
La madre evitaba entrar al cuarto de su hijo ya que las inmensas paredes, forradas por ilustraciones de Actinopadas, Cercidias, Misunemops Palidius, Tarántulas y Viudas Negras, le causaban un escalofrío más intenso que la idea de que el despertador se quedara sin pilas.
El padre evadía todo tema que trate de habilidades, velocidad, destreza, o peligro, ya que su hijo era capaz de relacionar cualquier verbo con una especie arácnida americana.

Al principio era controlable, la madre no entraba al cuarto, el padre no hablaba y todo estaba bajo control. Solo tenían que ignorar una parte de su vida, dejar de lado el componente que llenaba el alma de su hijo. Era solo un detalle.
La convivencia era posible, claro que sí. Solo había que cerrar el corazón y evitar mirar a los ojos, postergando el choque de realidades.

Pero con el tiempo se produjo en él, una amplificación del fanatismo, un florecimiento de amor hacia esas criaturas, eran parte de él. ¡Por Dios si eran perfectas! ¿Cómo no se daban cuenta? ¿Cómo podían no adorarlas? Él no encontraba punto de represión si se trataba de arácnidos, no podía cambiarlo. No podía no amarlos. Y su fidelidad a sus convicciones era lo que hacia crecer el abismo que lo separaba de sus padres, de su despertador y desarmaba más el rompecabezas humano. Eso lo estaba destrozando, tenía que modificarlo. ¡Pero si ese abismo era él mismo! Comenzó a dividirse su cabeza. En ocho, claro. Cada una percibía todo de una sola forma. Y una sola cosa, era percibida por todo. Ocho avalanchas de pensamientos. Ocho cascadas inmensas rompiendo contra su razón, con agua de realidad y destino.
Tenía que elegir... Todo corría en su mente, luchando desaforadamente por ser lo elegido y no lo despachado. Vio a una Salticidae australiana luchando contra los bigotes formalmente cortados de su padre, sorprendió a la Sparassidae que tanto admiraba saltando contra el peine con el que lograba hacerse la raya al medio. Miles de pensamientos se enfrentaron esa noche, muchas contradicciones. Ocho, para ser más precisos. Eran ocho contradicciones luchando por ser parte del futuro de él.
Y tenía que elegir... Ya,ya. Ayudenlo. ¿Qué debe elegir? ¿Aquello que ama y lo separa de los que lo aman? ¿O la seguridad del camino ya marcado junto a la calidez del vientre de mamá, y el bigote sonriente de papá?

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